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Era viernes. Pocas horas después de que amaneciera en las angostas calles de la Old City, me entretenía viendo los comunes controles de seguridad que los jóvenes soldados realizaban a todos y cada uno de los palestinos que trataban de cruzar uno de los checkpoints para abandonar Jerusalén. Me parecía cómico pensar en lo que ellos mismos han provocado y, al mismo tiempo, de lo que tratan de protegerse.Altos muros, largas colas, incesantes chequeos, revisiones de documentación y controles de seguridad.

 

Y más cómico me parecía que con tan sólo enseñar el pasaporte me dejaran pasar sin más, evitando tener que vivir aquello a lo que miles de palestinos se han visto forzados diariamente. Pero no había tiempo para preguntas. Ya habíamos cruzado y no podíamos perder el bus que nos llevara a aquel pequeño pueblo rodeado de olivos.Mis nervios aumentaban a medida que el paisaje cambiaba. Había visto muchas manifestaciones por televisión y sabía las repercusiones que podían tener. Siempre había tenido la curiosidad de saber qué se siente participando en una. Y más en aquel momento de efervescente adolescencia cuando mis sentimientos de rebeldía no hacían más que aflorar. Pero de ahí a verme a punto de estar metido de lleno en una de las manifestaciones más importantes de Palestina cambiaba bastante. Y como era de suponer, mis nervios no hacían más que crecer y crecer.

 

Pero ahí estaba, cruzando la calle principal del pueblo, rodeado de decenas de personas con un objetivo común. Palestinos y gente de otros países alzaban banderas, pancartas y ramos de olivo. A mi lado iban mis dos hermanas mayores. La mayor de las dos, llevaba un año trabajando como fotógrafa en la ONG “ICAHD”, en Jerusalén.Fue ella quien nos trajo, pero con una diferencia: esta vez yo llevaba su cámara. Era la primera vez que la utilizaba, pero sí en la que le daba un uso. Un uso que con los años se acabaría convirtiendo en mi vocación.

 

Pero yo todavía no lo sabía. Lo único que sí sabía era que a medida que avanzábamos se veía en el horizonte montes de olivos asediados por gigantescas vallas coronadas con alambre de espino. Y haciendo buen uso de su protección, un rebaño de soldados israelís que aguardaban, con resignación, lo que se ha convertido en su rutina de los viernes. Una rutina que para todos los niños que nos acompañaban se había convertido en una especie de ocio. Esa manera que tenían los niños de afrontar la situación me relajaba ante lo que estaba por venir. Me consolaba saber que tener trece años en aquella circunstancia era lo más normal del mundo y que muchos de los niños que nos acompañaban no superaban los diez. Finalmente, rodeado de todos mis nuevos compañeros de batalla, llegamos a lo que acabaría siendo mi primera manifestación: Bil’in. Ese pequeño poblado, situado a doce kilómetros de Ramallah y con una población de 1.800 habitantes, que se ha convertido en un símbolo de resistencia a nivel mundial.

 

Como cada viernes, los residentes del pequeño pueblo de Bil’in se reúnen frente a uno de los puntos de acceso a la valla controlado permanentemente por el ejército. Frente a este lugar se manifiestan pacífica y periódicamente desde que en 2004 el Gobierno de Sharón aprobara la construcción de la valla, y su posterior muro, en la parte oeste del Bil’in. Desde enero de 2005, los habitantes del pueblo, apoyados por organizaciones internacionales, hacen frente a este Apartheid moderno que protege los diferentes asentamientos judíos que ocupan terreno palestino.

 

Un terreno muy valioso para un pueblo que lleva años luchando para proteger su tierra, sus olivos, y sobre todo, su libertad. Una libertad no sólo física, sino económica. Porque con tan sólo una extensión de cuatro kilómetros cuadrados, el pueblo de Bil’in depende de la agricultura como principal fuente de ingresos. Tradicionalmente, su sustentación económica se ha basado en la cría de ganado y en la recolección de los olivos. Aproximadamente el 60% de sus tierras, algunas de las mejores para el cultivo, han sido anexadas por los asentamientos israelís y el crecimiento de la construcción del muro.

 

Los valiosos terrenos de Bil’in se han convertido en una especie de oasis en medio del desierto habitado por colonos judíos. Y no es algo nuevo. En 1980, una pequeña porción del terreno del pueblo fue confiscado para dar paso a la construcción del asentamiento judío de Matityahu. En los inicios de los 90, el Gobierno de Israel dio luz verde de nuevo para la anexión de más terreno que en pocos meses acabaría siendo el asentamiento de Modi’in Illit, también conocido como Kiryat Sefer. No contentos, a principios del nuevo milenio Israel autorizó la expansión del asentamiento de Matityahu, añadiéndole la colonia de Matityahu Este. Las decisiones del Gobierno israelí se han saldado con la anexión total de 2,3 km2 de Bil’in.

 

No hay que olvidar que Cisjordania cuenta con más de cincuenta asentamientos donde viven aproximadamente el 80% de los colonos judíos. Y el objetivo de la construcción del muro, aparte de crear una “protección” para poner freno a los ataques suicidas y atentados contra Israel, es dar continuidad entre todos los asentamientos, separándolos del resto de Cisjordania incluyendo extensas áreas de terreno, que en muchos casos es la sustentación económica de sus pueblos. Un total de 600 kilómetros, compuestos por paredes de hormigón, vallas de estacas y alambres de espino, forman este “muro de la verguenza”.

 

Lo más paradójico es que la misma Corte Suprema de Israel dictaminó en 2007 la desmantelación de un sector de la valla que dividía la parte oeste de Bil’in, ya que fue declarado ilegal por el Tribunal de La Haya, a petición de la Asamblea General de las Naciones Unidas,  y por lo tanto, su recorrido debía ser en tierras israelís. El nuevo sector de la ruta del valla se acercó aun más a la Linea Verde, que separa de facto territorios israelíes de palestinos. Esto provocó la recuperación de ciertos terrenos de Bil’in, pero sin embargo, lo que antes estaba separado por una valle dio paso a un gigantesco muro de hormigón, con una extensión aun mayor, de 3,2 kilómetros y no los 2,7 iniciales.

 

La construcción del muro le ha hecho perder a Bil’in casi 200 hectáreas de terrenos cultivables que por otra parte, le deja aislado de otras 170 hectáreas. Por si fuera poco, si los habitantes de Bil’in quieren acceder a dichos terrenos, tienen que cruzar diariamente un checkpoint, que es cerrado arbitrariamente durante horas. Y toda esta parafernalia por la módica cuantía de 7,5 millones de dólares del presupuesto israelí sin olvidar 1,5 más para hacer el terreno apto para la agricultura.

 

Lejos de buscar una solución, el ejercito israelí ha ido aumentando sus medidas represoras contra todo manifestante que participe en dicha marcha pacífica. Hay miles de casos documentados de violencia por parte del ejército. Y no sólo en el caso de la manifestación de Bil’in, sino en cualquier acción en contra del muro. En total, desde que se construyó el muro, un total de 18 personas han muerto a causa de la represión militar.

 

Que expropien a más de la mitad de tu pueblo, de su principal recurso económico, duele. Pero más duele aún cuando la ocupación de este territorio pacífico se ha saldado con la generación de una violencia gratuíta y de un clima de incertidumbre ante lo que está por venir. Ese dolor lo tienen latente cada uno de los habitantes de Bil’in y es el motivo principal por el que cada viernes están ahí, luchando y resistiendo.Y ese 22 de diciembre de 2006, yo también pude sentir ese dolor. La mejor manera que tenía de canalizarlo era haciendo sonar el obturador de la Nikon de mi hermana.

 

Cuanto más sonaba, más perdía el miedo y más integrado me sentía. La organización principal de la causa, Friends of Freedom and Justice- Bil’in (FFJ), junto a la conocida por su implicación en la causa palestina, la International Solidarity Movement (ISM)lideraban la manifestación. Por otra parte, el resto de organizaciones, palestinos, mis hermanas y yo, nos dedicábamos a hacer todo lo que teníamos en manos para incordiar a los soldados. Nos acercamos hasta el límite de la valla y nos plantamos frente a ellos. Unos se dedicaban agarrar el alambre de espino y estirarlo; otros intimidaban a los soldados hablándoles y reprochándoles su actitud; y otros tantos, sacábamos fotos. Fue entonces cuando descubrí que un lente puede ser tu mejor arma y que una fotografía puede traspasar muros. Y cuanto más me acercaba, más cuenta me daba del poder de una simple cámara, por lo que decidí no dejar de disparar.

 

Intentamos acceder de todas las maneras, pero los soldados nos plantaban cara.Como de costumbre, cuando el nivel de paciencia de los soldados se agotaba, comenzaba el vuelo de granadas. Después de una incesante jornada de vaivenes de granadas lacrimógenas, todos los manifestantes volvieron tranquilamente a sus hogares, sabiendo que la lucha no había terminado y que el próximo viernes estarían de nuevo a pie de cañón, sin miedo a las represalias.

 

Porque es lo más común del mundo que en esta pacífica manifestación acaben cargando contra los asistentes con granadas lacrimógenas y sonoras, pelotas de goma, otros sistemas de disuasión como el skunk o, en el peor de los casos, con fuego real. Porque lamentablemente esta manifestación se ha cobrado incontables casos de detenciones, agresiones e incluso la muerte a lo largo de su transcurso. El ejemplo más claro es la familia Abu- Rahma, que ha perdido dos miembros como resultado de la violencia militar: Bassem Abu-Rahma, asesinado por el impacto de un bote de gas lacrimógeno, y su primo Jawaher Abu-Rahma, que murió como consecuencia de una inhalación excesiva del gas que contienen los mismos botes lacrimógenos que mataron a Bassem.

 

No es de extrañar que estas continuas e incesantes campañas de represión y violencia por parte del ejercito israelí son más que premeditadas. Siempre he pensado que Israel es un Estados Unidos pero en Oriente Medio y rodeado de enemigos. Al igual que su primo yankee a miles de kilómetros de distancia, juega con el miedo y la inseguridad constante para tratar de paliar lo que ellos mismos han provocado y evitar, a toda costa, que se produzcan episodios de acciones no violentas, a las que tantísimo temen. Porque saben perfectamente que nunca tendrán los medios suficientes para luchar contra algo que no se puede luchar: la voluntad de un pueblo.

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